viernes, 25 de octubre de 2013

El cargador de piedras

El maestro comentaba a sus discípulos:

- Un hombre que iba por el camino tropezó con una piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra, igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba. El peso lo fue encorvando y dejó de mirar el horizonte, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre? - Pregunta el maestro a sus discípulos.

- Que es un necio -respondió uno de los discípulos-.

- ¿Para qué cargar las piedras con que tropezaba? - dijo otro discípulo-.

Entonces el maestro concluyó:

- Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aún la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo podemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor que poco a poco nos van quitando la vista de nuestro horizonte, o sea, de nuestra esperanza. El peso nos encorva y deforma nuestra espalda y con ella nuestra vida y nuestras ilusiones. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero, nuestro paso más seguro y nuestra esperanza estará siempre a la vista.

Fuente: www.psicanica.com

Otro de los secretos para ser feliz: aprender a perdonar.


viernes, 18 de octubre de 2013

Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie

Hoy reseñaré el segundo libro de Agatha Christie que he tenido el gusto de leer: Asesinato en el Orient Express. Fue una recomendación que un par de amigos me hicieron, y en cuanto tuve tiempo, seguí. Si me gustó tanto Diez Negritos, ¿por qué no este también? Y fue un acierto.

La trama transcurre en el tren, procedente de Estambul, en el que viaja Hercule Poirot camino de Inglaterra. Y con él, personajes de lo más variopinto: una princesa, un coronel, una condesa, un millonario...y de todas las nacionalidades: húngaros, americanos, belgas...Además, viaja un viejo amigo de nuestro detective, monsieur Bouc, que es el director de la compañía dueña del tren.

La segunda noche de viaje, el tren tiene que parar por culpa de la nevada que asola Belgrado. Y esa noche, se encuentra en su compartimento el cadáver del millonario americano, Ratchett, cosido a puñaladas. Bouc le pide entonces a Poirot que aclare el suceso, pues al estar parado el tren en medio de la nada, el asesino continúa en el tren.

En ese momento, Poirot comienza una serie de entrevistas con todos y cada uno de los componentes del pasaje, para recabar información que pudiera arrojar alguna luz sobre el suceso. Poirot siempre va por delante de su amigo Bouc y el médico, quienes le ayudan en su investigación. Y cuando obtiene dos posibles conclusiones de los hechos, convoca a todos los pasajeros al compartimento en el que se halla el comedor.

Una vez allí, Poirot expone sus conjeturas y el crimen es aclarado.


Una vez más, Christie consigue crear una historia muy compleja sin fisuras y en la que todas las piezas encajan. Además, el final vuelve a ser sorprendente. Si os gustan las novelas policíacas, no os la perdáis, es un clásico del género, y con razón.

sábado, 12 de octubre de 2013

El mendigo de la esquina

Como todos los días, al salir del trabajo, pasé por delante del "mendigo de la esquina", como lo llamábamos en la factoría. Pero hoy no era un día cualquiera. Hoy era un mal día. Acababan de anunciar un ERE en nuestra empresa, y yo tenía todas las papeletas para terminar de patitas en la calle.

No sé qué me pasó ese día. Quizá vi mi futuro próximo, y eso no me gustó un pelo. “Tengo 2 hijos. Mi mujer y yo estamos en el paro y nos han desahuciado”, rezaba su cartelito de cartón. Llevaba meses leyendo el mensaje y viéndole la cara, aunque hasta este nefasto día, no me había parado frente a él, absorto en mis pensamientos.

Uno nunca sabe de lo que es capaz de hacer en situaciones críticas. El ser humano, en ocasiones, cruza líneas que nunca se habría visto capaz de sobrepasar. Así que allí estábamos los tres: el mendigo, mi egoísmo y yo.

La idea de acabar como él me turbaba en exceso, supongo que como a cualquier hijo de vecino, e imagino que esto fue lo que incitó mi momento de locura. No recuerdo cuántas puñaladas le asesté, pero acabé con él de forma rápida y eficaz. Fue una muerte que llevaba gestándose mucho tiempo, desde que le vi por primera vez. Solo necesité un último empujón: la desazón.

Necesité verme reflejado en aquel hombre y compartir su desesperación para mover ficha. Sé que es triste, quizá vergonzante, pero así es como sucedió. No he sido nunca una persona que destaque por su empatía ni por su solidaridad. Más bien al contrario. Siempre he pecado un poco de arrogancia y avaricia, pero como ya digo, ese día todo cambió.

Ayudé al indigente a ponerse de pie, le llevé a mi casa, le di de comer, le lavé de los pies a la cabeza y le vestí con mi ropa. Le pregunté, entretanto, qué sabía hacer. Y sin más, salimos a la calle, a buscarle un trabajo "de lo suyo". Y lo encontramos. Ramón era carpintero, y mi hermano fabricaba muebles.

¿Que qué aprendí ese día? Que tenemos el poder de cambiar las cosas, de transformar nuestros días malos en días maravillosos para otros...e indirectamente, para nosotros mismos.

Como siempre, en la ficción, las cosas son más fáciles que en la realidad, pero quizá solo sea una cuestión de fe. De creer que cualquier empujoncito que podamos dar puede ayudar. No hace falta recoger a gente por la calle, subirla a tu casa, darle de comer, ropa y ayudarles a encontrar trabajo. Una sola persona no puede hacer todo eso, y además, la caridad es perfecta para sobrevivir, pero no para vivir. Debe ser un complemento.

Sin embargo, sí podemos defender sus derechos defendiendo los nuestros. Todos juntos. Pelear para que se terminen las injusticias sociales. ¿Por qué tenemos que apretarnos un cinturón que muchos banqueros y políticos ni siquiera llevan puesto?

No lo olvidéis, y sobre todo, no esperéis a veros en la indigencia para luchar por lo que es justo.

sábado, 5 de octubre de 2013

Un lugar para soñar

Escondido en la montaña, hay un lugar muy especial.

Allí, en una casita roja, cabañas de madera y tiendas de campaña, hay algo, no sabría decir qué, que actúa como un imán. 

Allí he conocido a personas que, aunque nunca lo imaginé, hoy no podría sacar de mi vida. He conocido personas generosas, sacrificadas, inteligentes, buenas de corazón, creativas, cariñosas, entrañables, divertidas y un largo etcétera de calificativos que ya quisieran muchos rozar con las yemas de los dedos. Cada cuál con sus peculiaridades y su propia personalidad. Con algunas te ríes más que con otras, algunas son más expresivas, otras son más imaginativas...pero siempre tienes alguien a quien acudir en función de tu estado de ánimo. 

Allí nunca te falta un abrazo, un consejo o un hombro sobre el que llorar. Allí no hay desconsuelo, falta de amor o solidaridad. Siempre hay quien te levanta cuando te ve caer, quien te hace reír cuando te ve llorar, quien te hace volar cuando no puedes andar. 

Es un lugar casi mágico, donde cada individuo suma sus virtudes a las del grupo, y entre todos, juntos, tapamos nuestras carencias. Allí caben todas las edades, lo mismo da 16 que 36. Solo es necesaria una buena disposición para aprender de los demás, enseñarte a quererles por cómo son y a quererte a ti, por cómo eres tú. 

Allí, como digo, he formado lazos de amistad increíblemente fuertes incluso con personas con las que tenía y probablemente tengo pocas cosas en común. 

Y eso es, seguramente, lo que nos impulsa a regresar año tras año. Para seguir conociendo gente. Gente que se una al equipo que ya formamos, y con las que nos podamos reír (o llorar) y seguir aprendiendo para potenciar nuestras virtudes y pulir nuestros defectos.

Algunas de esas personas únicas con las que comparto días tan buenos en verano y en invierno, llegaron hace mucho tiempo; otras, podría decirse que llegaron ayer; incluso algunas hoy en día están muy lejos, aunque nunca se hayan ido del todo. A todos vosotros, gracias. Gracias porque tengo una vida plena que vosotros llenáis de luz.  

Nos volveremos a ver en ese lugar de ensueño que es el Hontanar.